martes, 17 de diciembre de 2013



Simón Bolívar


Masón y Genio de América

Q.·. H.·. Edgar Perramón Q. M.·. M.·.
R.·. L.·. Lautaro Nº 197
Las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes y el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad.  Simón Bolívar.


Nace en Caracas, el 24 de julio de 1783, el Libertador SIMÓN JOSÉ ANTONIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD BOLIVAR PALACIOS Y BLANCO, quien fue  masón y llegó al Grado 33º de la Masonería. Simón Bolívar, el Genio de América, Libertador de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú y fundador de Bolivia, fue un masón ilustre. Descendió de una familia aristocrática y rico patrimonio. Fueron sus padres Juan Vicente Bolívar y María de la Concepción Palacios.
Recibió esmerada educación. Sus maestros fueron ilustres caraqueños, Andrés Bello y Simón Rodríguez, el primero poeta y culto, aunque de ideas conservadores, el segundo, de ideas revolucionarias y apasionado lector del escritor masón Francés Juan Jacobo Rousseau. Simón Bolívar quedó huérfano antes de cumplir 15 años, pasando bajo la tutela de su tío Carlos Palacios, quien lo envió a Madrid en 1799, donde contrajo matrimonio en 1801, con María Teresa del Toro, la bella sobrina de un opulento Marqués. Con su joven esposa viajó por Francia y regreso a Venezuela. Infortunadamente, en 1802, la fiebre amarilla acabó con la existencia de María Teresa.
Simón Bolívar Palacios ingresó a la Masonería a los 21 años, en Cádiz, en su segundo vi­aje a Europa, en enero de 1804, ya viudo de María Teresa del Toro, que había fallecido, en San Mateo, a 91 km. de Caracas, en enero de 1803, después de ocho meses de su matrimonio.
Humboldt le regaló al joven Bolívar, en su primer viaje a Europa, en 1799, en París, un libro sobre “Los altos grados de la Masonería”, impreso en 1774; debió ser el inicio de su interés por la Masonería.
Bolívar hizo intensa vida masónica en París, donde participó activamente en la Logia San Alejandro de Escocia, el primer y tercer miércoles de cada mes. El 11 de noviembre de 1805 recibió el Grado de Compañero y, antes de terminar el año de 1806, en fecha que no ha sido posible precisar, era promovido al último de los tres grados simbólicos de la Masonería, el de Maestro.
Los templos masónicos eran los únicos refugios abiertos a los luchadores por la emanci­pación.
La tarde del 15 de agosto de 1805, en el Monte Sacro, una de las siete colinas de Roma, junto a su Maestro, don Simón Rodríguez, habría de reiterar su juramento y su fervor liber­tario y consagrar su vida a la causa de la Independencia Hispanoamericana.
El escenario físico de la acción de Bolívar en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bo­livia fue de más de 5 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a 23 países de Europa o al doble de los desplazamientos de Napoleón. Participó en 79 batallas y más de 400 acciones de armas y cabalgó 64.000 Km. en 25 años de lucha y sacrificio. Recomendaba una marcha promedio de 10 leguas por día (55 km.). Dejó no menos de 10.000 documentos, 2.052 cartas y 193 proclamas.
El Manifiesto de Cartagena (15 de noviembre de 1812), donde plantea la unidad de mando para luchar hasta conseguir la victoria y consolidar unidos la independencia y la libertad; la Carta de Jamaica (6 de septiembre de 1815) donde analiza el pasado y presente de Hispanoamérica y sustenta su visión profética del Congreso de Panamá y la creación de la Gran República de Colombia; y el Discurso de Angostura (15 de febrero de 1819), hoy Ciudad Bolívar, en que crea la Gran Colombia que comprendía a las actuales naciones de Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador, son los grandes documentos generados en la América del Siglo XIX en que se encuentran los elocuentes y notables testimonios del pensamiento masónico de libertad, unidad e integración que Bolívar cultivaba con fervor. La Convocación al Congreso de Panamá, instalado el 22 de junio de 1826, más allá de una simple alianza defensiva, ya configuraba en Bolívar el primer intento de estructurar una confederación de naciones como unión íntima y estrecha de nuestros pueblos. No todos supieron acompañar a Bolívar que, en gesto visionario, había proclamado “para nosotros la patria es América”.
Angostura, Bolívar tenía 29 años, dirá “Unidad, Unidad, Unidad, debe ser nuestra di­visa”, “moral y luces son nuestras primeras necesidades” y aún en su despedida final dirá que “todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión”. Entonces nace su gran proyecto, que enlaza con los sueños de Miranda: crear la Gran Colombia, con Venezuela, Colombia y Ecuador unidos y, más tarde, Perú y Bolivia, el sueño vigente de la Patria Grande Latinoamericana, con más de doscientos lenguas indígenas, que se extinguió con su vida en 1830.
La vida masónica activa de Bolívar fue breve, pero supo dejarle huellas profundas e indel­ebles. El 3 de diciembre de 1814, fue excomulgado por un edicto de los gobernadores del arzobispado de Bogotá, los canónigos Juan Bautista Pey y José Domingo Duquesne y, más tarde, el 4 de agosto de 1829, fue calificado de liberal y ateo por la Sagrada Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios del Vaticano, en su sesión 116.
Bolívar nos llevó a la gloria y a la grandeza en Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y Aya­cucho. Vivió intensamente desde 1826 hasta su muerte en 1830.
Al medio día del 17 de diciembre de 1830, muere Bolívar en la Quinta de San Pedro Ale­jandrino, a cinco kilómetros de Santa Marta, en Colombia, adonde había llegado el día primero, en el bergantín nacional “Manuel”, desembarcando a las 7.30 de la noche. Su médico francés, de 34 años, Alejandro Próspero Reverend y amigos leales y generosos, casi todos extranjeros, están a su lado. Se fue con una camisa del General José Laurencio Silva, masón como él, porque las suyas estaban rotas.
Su leal y sabio amigo, José María Vargas, el Presidente de 1835-1836, también masón, va a ser su albacea testamentario, encargo que cumple con notable acuciosidad.
Mientras muchos se regocijaban por la muerte del Libertador, los periódicos de Londres, Nueva York y “El Araucano” de Santiago de Chile del 16 de abril de 1831 lamentaban la partida de una figura tan gloriosa y libertaria como la de Bolívar. José Martí, en páginas memorables, dijo que “¡lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!”.
Chile decretó entonces duelo nacional de 8 días y los funcionarios públicos chilenos visti­eron de luto como “profundo dolor por tan triste pérdida” y “gratitud por la larga carrera de servicios gloriosos prestados a la independencia americana” por el Libertador Simón Bolívar. Además, no se olvidaba el fraterno y solidario discurso que Bolívar pronunció en Lima en homenaje a Bernardo O’Higgins, el 7 de septiembre de 1823, en el agasajo que las autoridades peruanas ofrecían al desterrado Libertador de Chile, que con singular ab­negación cívica había abdicado al mando supremo el 28 de enero de 1823. Bolívar siempre había destacado “la afinidad de principios” que lo unía con O’Higgins.
Doce años después, sus restos fueron sepultados en la Caracas de su país natal, el 17 de diciembre de 1842, en la segunda Presidencia del general Páez.
El historiador masónico venezolano, Celestino B. Romero, con fehaciente documentación, comprobó que en 1823, por intermedio del Gran Comisionado Joseph Gernau, el Soberano Gran Consistorio de Jefes de la Alta Masonería de Estados Unidos otorgó el Grado 33º de Simón Bolívar.
.·.

GUAYAQUIL (1822)

(EL ENCUENTRO DE BOLIVAR Y SAN MARTIN)
Pablo Neruda
CUANDO entró San Martín, algo nocturno
de camino impalpable, sombra, cuero,
entró en la sala.
Bolívar esperaba.
Bolívar olfateó lo que llegaba.
Él era aéreo, rápido, metálico,
todo anticipación, ciencia de vuelo,
su contenido ser temblaba
allí, en el cuarto detenido
en la oscuridad de la historia.
.·.
Venía de la altura indecible,
de la atmósfera constelada,
iba su ejército adelante
quebrantando noche y distancia,
capitán de un cuerpo invisible,
de la nieve que lo seguía.
La lámpara tembló, la puerta
detrás de San Martín mantuvo
la noche, sus ladridos, un rumor
tibio de desembocadura.
.·.
Las palabras abrieron un sendero
que iba y volvía en ellos mismos.
Aquellos dos cuerpos se hablaban,
se rechazaban, se escondían,
se incomunicaban, se huían.
.·.
San Martín traía del Sur
un saco de números grises,
la soledad de las monturas
infatigables, los caballos
batiendo tierras, agregándose
a su fortaleza arenaria.
Entraron con él los ásperos
arrieros de Chile, un lento
ejército ferruginoso,
el espacio preparatorio,
las banderas con apellidos
envejecidos en la pampa.
.·.
Cuanto hablaron cayó de cuerpo a cuerpo
en el silencio, en el hondo intersticio.
No eran palabras, era la profunda
emanación de las tierras adversas,
de la piedra humana que toca
otro metal inaccesible.
Las palabras volvieron a su sitio.
.·.
Cada uno, delante de sus ojos
veía sus banderas.
Uno, el tiempo con flores deslumbrantes,
otro, el roído pasado,
los desgarrones de la tropa.
.·.
Junto a Bolívar una mano blanca
lo esperaba, lo despedía,
acumulaba su acicate ardiente,
extendía el lino en el tálamo.
San Martín era fiel a su pradera.
Su sueño era un galope,
una red de correas y peligros.
Su libertad era una pampa unánime.
Un orden cereal fue su victoria.
.·.
Bolívar construía un sueño,
una ignorada dimensión, un fuego
de velocidad duradera,
tan incomunicable, que lo hacía
prisionero, entregado a su substancia.
.·.
Cayeron las palabras y el silencio.
Se abrió otra vez la puerta, otra vez toda
la noche americana, el ancho río
de muchos labios palpitó un segundo.
.·.
San Martín regresó de aquella noche
hacia las soledades, hacia el trigo.
Bolívar siguió solo.
.·.

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